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martes, 25 de noviembre de 2014

El día que un Morane Saulnier aterrizo de noche en Río Tercero

Fuente: LA VOZ DEL INTERIOR
http://www.lavoz.com.ar/humor/emergencia-de-la-us-air-force-en-rio-tercero

Nota importante: Si bien la nota habla de un avión de la USAF, en realidad se trato de un Morane Saulnier de la F.A. Argentina.

A mi amigo Gaspar Buteler le pasa de todo, y no es porque le toca, sino porque se lo busca. Una prueba de ello es lo que le sucedió en una noche fría del invierno de 1972.
Tras acostar a sus hijos, disfrutaba este buen hombre de la paz de su casa, ubicada frente al casino de la Fábrica Militar de Río Tercero, lejos del centro de la ciudad, en un lugar muy tranquilo. Afuera lloviznaba, no daban ganas ni de asomarse por la ventana. Fue entonces cuando escuchó el zumbido inconfundible de un avión supersónico.
Al principio pensó que era imposible que se tratara de una máquina voladora. Ninguna ruta internacional cruzaba por esa región. “Debe ser uno de los tantos ruidos de la planta química”, pensó.
Pero el zumbido se volvió a escuchar a los pocos minutos… y, al rato, otra vez más. “Es un avión a chorro. Voy a ver de qué se trata”, le dijo Gaspar a su esposa. “¡Acostate, que es tarde!”, replicó ella. Pero fue en vano. Mi amigo salió al patio para comprobar que, en efecto, un objeto volaba en círculos sobre la ciudad.
Era evidente que se trataba de un piloto en problemas y los Buteler han nacido para ayudar a todo aquel que esté en problemas.
Salió con su auto a la ancha avenida General Savio, la entrada a Río Tercero, y no dejó de mirar por el espejo, con la idea de que lo único que podía hacer ese piloto era gastar todo el combustible posible y luego lanzarse a un aterrizaje forzoso sobre la calle más ancha e iluminada que encontrara.
Por suerte no fue el único que advirtió la insólita situación y el peligro al que estaba expuesta la comunidad local con la presencia de esa emergencia.
Algunos integrantes del Aeroclub local sintieron lo mismo que Gaspar y llegaron junto con él al lugar. Abrieron el hangar principal y encendieron la radio de un avión para ver si lograban comunicarse con el avión en problemas.

Operativo aterrizaje

Alfredo Trespi, piloto y dirigente de la institución, logró contactarse con el aeródromo de Río Cuarto, desde donde con cierta desesperación trataban de ayudar a la tripulación de un avión extraviado.
Se enteraron entonces que un aparato militar a cargo de un piloto de la Fuerza Aérea estadounidense volaba esa noche entre la base aérea de Villa Reynolds, en San Luis, y la de Morón, en Buenos Aires, cuando se encontró con un gran frente de tormenta que lo obligó a desviar el curso y se le informó que la única opción era el aeródromo de Río Cuarto, donde lo esperaban con todas las medidas de seguridad, iluminación reglamentaria de pista, bomberos, ambulancias y demás.
Pero el piloto se perdió y confundió su destino con las luces de Río Tercero, donde no podía encontrar, claro, la pista que le habían prometido.
En una triangulación, lograron explicarle ese error y le dijeron que la única que le quedaba era buscar la pista de tierra y sin iluminación del aeródromo local. Además, le recomendaron rezar, porque ese lugar tenía menos de mil metros de largo.
Gaspar y los otros voluntarios aportaron algo fundamental: estacionaron sus autos en forma longitudinal, con las luces encendidas al costado de la pista, para guiar al extraviado en tan difícil operación.
Podía pasar cualquier cosa, entre las que no había que descartar que la máquina aterrizara sobre los mismos autos.
El momento fue uno de los más tensos en la vida de mi amigo Gaspar, quien lo describe así:
“Se largó nomás el yanki sobre nosotros, y aún recuerdo la impresión que me causó ver pasar semejante avión a no menos de 250 kilómetros por hora delante de la trompa de mi Peugeot, casi enterrando sus ruedas en la frenada sobre el pasto, mientras dejaba detrás de sí una inmensa nube de tierra que tapó todo”.
Fue un aterrizaje magnífico. El piloto demostró su admirable capacidad, para salvar a un caza bombardero a reacción en una pista de tierra donde logró detenerlo por completo en menos de 500 metros.
Venía acompañado de un militar argentino que, aún pálido, agradeció la invalorable ayuda de esos vecinos de Río Tercero que le salvaron la vida.
Gaspar regresó a su casa y, al acostarse, escuchó que la mujer le decía: “¿Viste que no había ningún avión a chorro?”
Mi amigo no le contestó. Inútil es contar lo que sólo con ver se puede creer.

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